PROVINCIANO EN CAPITAL


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PROVINCIANO EN CAPITAL

Por Francisco García Pimentel

@franciscogpr

 

Hace casi nueve meses que dejé mi cuna, la Perla Tapatía, la Ciudad de las Rosas, para convertirme en una de las distintas acepciones de “Chilango” que existen, según a quién le preguntes: un provinciano que vive en la capital.

Mis amigos y familiares me advirtieron lo mal que la pasaría, con todo ese esmog y tanto tráfico. Es la maldición de la gran ciudad. Pero ¿Qué se le hace? No existe forma más sencilla de crecer que salir de la zona de confort, pues allí no queda otra opción que evolucionar. La madre de la creatividad no es la libertad, sino la limitación.

Como suele suceder, incluso las peores complicaciones tienen sus ventajas inesperadas. En el caso del (antiguo) Distrito Federal, el inevitable hacinamiento vehicular me empujó a cambiar algunos viejos hábitos.

En particular: he vuelto a caminar. Y mucho.

Las matemáticas son aplastantes. En hora pico (que es cuando entro y salgo de la oficina), el recorrido al trabajo puede ser de casi 40 minutos en auto, con todo lo que esto conlleva: el estrés, el encierro, el gasto, la sensación de estar atrapado. A veces se hace menos tiempo, pero otras veces mucho más.

Si, en cambio, camino los 3.5 kilómetros que separan mi casa de mi oficina, hago casi el mismo tiempo: cuarenta y cinco minutos. Ida y vuelta son 7 kilómetros de caminata al día, 35 a la semana, que no vienen mal ni a mis músculos ni a mis pulmones. Al principio llegaba jadeando; ahora ya no.

Caminar una ciudad es la mejor forma de conocerla, de vivirla, de disfrutarla. Es así como se reconocen sus recovecos, sus personajes, sus parques, sus callejones y sus puestos de tortas de tamal. Es la única forma de enamorarse de un espacio: caminándolo. A veces escuchando el ruido de la ciudad, o el trinar en sus copas; a veces escuchando música o un buen libro, el camino que antes era tortuoso es hoy casi una vacación. Una que se toma todos los días.

También me voy a pie a otros lugares. Con mi esposa vamos a pie al teatro, a los museos, a la iglesia,  al cine o de compras, con todo y carriolas. El clima es casi siempre propicio, nublado sin tanto calor. Y de teatros y museos y parques y plazas, la ciudad tiene para repartir.

Claro; si llevo prisa, puedo hacer el recorrido a la oficina en bicicleta, lo que me toma no más de 15 minutos. Utilizo bicicleta de renta (Ecobicis, les llaman) y carriles especiales. De traje y corbata ¿qué importa? Pronto los demás ciclistas que me topo a diario me reconocen, y yo a ellos, y con un leve movimiento de cabeza nos saludamos cada mañana.

¿Y si llueve? Esperar un poco a que pase, que nadie se ha muerto por 20 minutos, o tomar el metrobus, o el metro. En ellos las páginas de los libros se pasan rápido. Uno va aprendiendo a reconocer las horas en que los vagones van más vacíos, y a evitar aquellas en que uno corre el riesgo de morir aplastado.

¿Y si hay que salir todos, o ir más lejos? Pues tomo el coche, que para eso está. Pero si antes requeríamos dos coches de tiempo completo, ahora tenemos uno que está guardado casi todos los días de la semana. Lo que he ahorrado en gasolina ni siquiera puedo cuantificarlo.

Aunque lo que he gastado en suelas, tampoco. Caminando se conciben las ideas, se reposan los sentimientos, se conocen los alrededores; el corazón se acelera mientras la mente se calma, y la respiración se hace profunda. No es el diván de un psiquiatra donde las nubes se aclaran, sino en el paso despreocupado del caminante. Quizás pensaba en esto Einstein cuando afirmó que el tiempo era relativo.

Llevo aquí nueve meses y ya no aguanto las ganas de salir a caminar. Hace dos meses que no compro cigarrillos. Mi nuevo vicio es el momento de la tarde en que el viento ruge a través de los edificios y cierro los ojos mientras camino hacia el espacio en donde sé que me esperan mi esposa y mis hijos. ¡Papá, papá! Me dirán, y yo me hincaré para recibirlos, aún rubicundo por la larga caminata. Aquí está el hogar.

 

***

El autor es abogado y escritor. Agradece en esta travesía el apoyo resoluto de sus zapatos ®Flexi. Puedes leer sus libros, seguirlo y hasta trollearlo en twitter @franciscogpr

 

fgpr


3 responses to “PROVINCIANO EN CAPITAL”

  1. Me identifiqué totalmente. Desde que vivo en Roma voy a todas partes caminando y me encanta. Efectivamente, conozco ya todos los “atajos”, mercadillos, senza tetti (entre los que tengo ya algunos mas conocidos), edificios e iglesias escondidas (de esas a las que nunca te llevará el “turibus” y en las calles en las que jamás entrará el coche). Disfruto más las puestas de sol, he aprendido a observar más y tambien “qualche parolacia” de esas que solo se escuchan entre el pueblo. En fin, que como dices, es mejor manera de conocer una ciudad y una cultura. Unica desventaja es que he comprado más zapatos que en toda mi vida! Jajaja. Saludos a la familia!!

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  2. Yo viví durante 27 años en la Ciudad de los Palacios, antes de que fuese destruida (no por el terremoto del 85) por los bloqueos de las marchas de la izquierda democrática y redentora. Estoy feliz en GDL. Al revés tuyo, yo encontré mis destino aquí; sigo pensando que GDL es la ciudad más hermosa del país y, como tú en CDMX, camino muy mucho, aquí en Cd. Granja; ando muy mucho en bicicleta -no solo en Cd. Granja, sino que me aventuro por toda la gran urbe. Te deseo lo mejor en tu nueva residencia y que seas muy feliz con tu hermosa familia.

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