HURACANES, TEMBLORES Y LA LIBERTAD DE DAR.
Por Francisco García Pimentel
@francisogpr
Fue en 1985 cuando México comenzó a despertar, dice Enrique Krauze. El terremoto que devastó la ciudad hasta sus cimientos elevó en su lugar las almas de quienes los recogieron. A falta de líderes, cada hombre se convirtió en héroe , y en la búsqueda de los mexicanos perdidos, encontraron muchos miles que estaban, aun peor, dormidos.
Yo tenía apenas tres años y recuerdo aquél temblor como una vaga inconveniencia. No supe entonces la gravedad del asunto, ni la trascendencia que tuvo en la vida nacional. Quienes saben más que yo dicen que fue a partir de ese año que el pueblo se dio cuenta de su propio poder, de su capacidad de hacer cosas grandes, de su alma grande y de su libertad interior. Lo que Hidalgo, Morelos e Iturbide no pudieron, lo pudo la realidad de la tragedia.
Ahora, apenas a dos días de un nuevo aniversario del inicio de la lucha de la independencia, no puedo dejar de pensar –y agradecer y admirar- a las miles de personas que sé que se decidieron a hacer algo por los más necesitados tras el paso del huracán Lidia en Baja California, o el temblor en Oaxaca y Chiapas. Una vez más, los seres humanos de pie –que cuando vieron llover, han salido a mojarse- y las organizaciones ciudadanas pudieron más que el gobierno, que estaba más ocupado haciendo videítos y autopromoción; jugando bromas de mal gusto y maquillándose entre despensa y despensa.
Nunca se desea el mal, ni la tragedia se invita. Rezo porque nunca más vuelvan a sufrir las familias lo que han tenido que sufrir. Y sin embargo, el dolor sirve –lo dice C.S. Lewis- como un gran megáfono que nos ha de despertar de nuestro burdo letargo.
Hace algunas semanas la premio Nobel Malala Yousafzai lo dijo con todas sus letras en nuestro propio país, a nuestra cara: no son los gobiernos, sino las personas, las que generan riqueza, los que cambian las cosas. La grilla no es real; las personas sí lo son.
En 1997 Andre Agassi era ya uno de los mejores jugadores del planeta, millonario y exitoso, casado con una modelo de Hollywood y campeón de varios Slams. Pero se sentía solo, cansado y deprimido. Después de buscar el éxito toda su vida y tras encontrarlo, se dio cuenta de que el éxito era una mentira.
Una noche, tras ganar una final de campeonato, al cenar en su restaurante preferido, supo que el capitán de meseros, a quien conocía bien, sufría por no poder pagar la escuela de sus hijos. En un gesto súbito, Andre sacó su chequera y con un solo cheque –que a él le pareció pequeño- pagó la escuela completa de los hijos de ese honrado mesero.
Después André mencionaría este momento en su autobiografía Open, como uno que definiría por completo su existencia. En sus propias palabras:
“… Ésta es la única perfección que existe, la perfección de ayudar a los demás. De lo que hacemos, esto es lo único con un valor o con un sentido duradero. Ésta es la razón por la que estamos aquí. Para hacernos sentir seguros los unos a los otros.”
Su vida y su juego nunca fueron iguales. André se transformó y el juego de tenis y el mundo fueron mejores gracias a ello. André continuaría jugando para fundar un sistema de escuelas para niños necesitados. Dejó de ser un simple atleta para convertirse en leyenda.
Las tragedias suceden ahora, a inicios del mes patrio, a meses de las elecciones. ¿Hemos aprendido algo de ellas? ¿Podemos ser capaces de hacer algo por nosotros… y por los demás? ¿O seguimos esperando a que venga el siguiente virrey a salvarnos? El asunto –leí por allí- no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro…
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El autor es abogado y autor de El Reto Millennial y otros títulos. Tapatío en CDMX, se acaba de enterar que existe la alarma sísmica. Síguelo en @franciscogpr