“AHORA SÍ ESTUVO FUERTE”
Francisco García Pimentel
“Ahora sí estuvo fuerte” – me dijo mi esposa con la voz temblando por el teléfono “pero estamos los cuatro bien”. Primer respiro de alivio. Hay muy pocas cosas que pueden decirse tras un evento de esta magnitud. Estaba fuera de la ciudad cuando tembló, pero mi familia –mi esposa y mis tres hijos, mis abuelos, tíos, primos y muchos amigos- estaba allí.
A esa primera hora aún se sabía poco. “Quédate tranquila; ahorita vuelve todo a la normalidad” – dije-. Pero no. La sombra de la realidad se apoderó pronto de nuestra conciencia. Y nos fuimos dando cuenta del tamaño, del daño, de la destrucción y del caos inicial. No sabíamos si nuestro edificio era seguro para ingresar. Por horas, los teléfonos inservibles, el internet saturado, y mi familia sin tener a donde ir. Por fin pude hablar con ella, gracias a un vecino que le prestó su teléfono. “Vete a casa del abuelo” – alcancé a decir antes de que se cortara la llamada.
Para entonces, las noticias empezaban a dar razón de todo lo que había pasado. Me di cuenta, desde mi hotel en Culiacán, que iba a ser imposible para mi esposa irse a casa del abuelo. Eso implicaba atravesar la ciudad, y en ese momento era impensable.
No recibí una, ni dos, ni tres, sino decenas de llamadas ofreciendo ayuda. Tías, amigas, primos y primas. Al saber que no estaba allí, en poco tiempo idearon una forma de acoger a mi familia. Otra hora –desesperante- hasta poder localizarla. “Camina hasta insurgentes, y allí te van a buscar”.
Mi prima Isabel caminó kilómetros, encontró una moto, atravesó los bloqueos para encontrarse con mi esposa y mis hijos. Tras casi cinco horas sin certeza alguna, llegaron a la casa de mi otra prima, Catalina, para poder descansar. Segundo –por fin- respiro de alivio. Desde lejos, la situación y el sentimiento de impotencia son desesperantes, pero mi familia estaba bien.
Ahora regreso a Ciudad de México más enamorado de su gente. Gracias Ale, Monica, Gaby, Ceci, Mamá, Francisco, Christian, Cat, Isabel, Lourdes, Susana; todos quienes su primera reacción ante esta tragedia fue buscar –y encontrar- la forma de ayudar.
Mi historia tiene un final feliz. Lamentablemente, la de otros cientos de familias no. Ahora que llego a la ciudad, desde el avión, no veo una ciudad destruida, sino una que retoma la normalidad, junto con miles de personas trabajando, dispuestas a darlo todo por los demás. Lo que nos pasa dice poco de nosotros –no es decisión nuestra- pero lo que hacemos con lo que nos pasa, dice todo: el nuestro es un pueblo generoso y amable; de garra y corazón. La prueba es grande. Nosotros, más.
No tengo otra palabra que gracias.